miércoles, 23 de octubre de 2013

Mi barba

Parece que fue ayer cuando aún era un niño. Mi vida era complicada a su manera para mi inocente punto de vista; no obstante era feliz. Corría, saltaba, reía, jugaba sin preocupaciones más allá de mis deberes del colegio o del instituto… Pero un día me miré en el espejo y de pronto tenía ojeras, era más alto, había engordado, no sonreía… y mi barbilla y mi mentón se habían cubierto de barba. Sin previo aviso había crecido y ya no era un niño. Podía haberme echado cremas y ungüentos, podía haber seguido vistiendo con la misma ropa que en mi dorada juventud, podía haberme puesto a dieta, podía haber continuado sonriendo falsamente como si mi vida fuese aún un sueño infantil… Podría afeitarme sin más… Pero en lugar de eso, desde aquel entonces, me dejo crecer la barba; me la meso cuando estoy nervioso y me la recorto cuando soy feliz porque esa barba, al mirarme al espejo cada día, me recuerda que el tiempo pasa inexorable y todo puede cambiar sin que me de cuenta, como la primera vez que me creció.

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