jueves, 24 de octubre de 2013

Y como el ying y el yang

Yo, por trabajo, viajo todos los días en el metro. La rutina hace que cientos de personas que no se conocen, coincidan todos los días a la misma hora en la misma estación o , como en este caso del que les voy a hablar, en el mismo vagón. Cada mañana temprano, de lunes a viernes, coincidí todos los días durante más de un año con la misma gente; gente muy distinta entre sí y todos y cada uno con sus vidas y sus historias. Unos van a trabajar, otros a estudiar, otros que vuelven de pasar la noche de fiesta y cientos motivos más que dan forma a este mosaico cultural y personal. Gente alta y guapa, o bajitos y rechonchos, gente de esa misma zona o extranjeros de sitios muy lejanos, jóvenes o viejos … Resulta casi involuntario fijarse en la gente que viaja contigo, porque toda mirada perdida acaba encontrándose. Yo he disfrutado siempre imaginando y especulando sobre aquellos con los que compartía vagón, que solían ser siempre los mismos. Algunos, me resultaban particularmente curiosos. Estaba, por ejemplo, la mujer de mediana edad, muy coqueta ella, vestida con colores vivos y atractivos; que tenía una tremenda melena rubia y ondulada, perfectamente cuidada… Y en contraste, un par de paradas después que ella, siempre se sentaba en los asientos de enfrente, como si del ying y el yang se tratase, el heavy/gótico/alternativo; siempre vestido de negro con sus cadenas y pinchos, y que también lucía una lustrosa melena negra. Me resultaba hasta gracioso ver a ambos, uno frente a otro cada mañana.
Un día en concreto, la mujer de la melena rubia no apareció. No resultaba extraño pero… Al día siguiente tampoco, ni a la semana siguiente, ni al mes siguiente. Un abuelillo empezó a ocupar esporádicamente su asiento habitual pero el heavy no parecía darle buena espina y se mudó a otro vagón. Tras varios meses, una mañana reapareció la mujer de la gran melena rubia pero, para sorpresa de los pocos que nos habíamos fijado antes en ella, había tapado su cabellera con un pañuelo negro… y no solo eso. Si ya he contado que antes lucía de forma presumida su estupenda figura con ropa alegre y colorida, ahora resultaba que vestía tonos mucho más apagados y discretos. Parecía notablemente desmejorada, mucho más delgada y con aspecto cansado. Incluso su tono de piel parecía haber perdido vida. Al día siguiente tampoco volvió a ser la misma de antes… Siempre con la cabeza cubierta y una expresión de tristeza en su rostro. Poco a poco fue acaparando las miradas curiosas y perdidas de los pasajeros que, unos por lástima y otros por mero morbo, ahora no se fijaban en su belleza sino en el detalle de que ya apenas tenía vello en las cejas… Los días fueron pasando y ella cada vez parecía estar peor, no solo físicamente, sino también parecía totalmente deprimida. Un día se le aflojó el pañuelo que cubría su cabeza… Ella reaccionó a toda velocidad atándoselo y prácticamente nadie pudo ver absolutamente nada, sin embargo, la mujer comenzó a llorar tímida y disimuladamente tapándose con la mano el rostro y sollozando tan bajito que solo los que comprendíamos la situación podíamos oírlo.
Al día siguiente, recuerdo perfectamente que era viernes, fue cuando ocurrió aquel detalle tan especial. Un par de paradas después de que subiese al metro la mujer con su pañuelo entró, como era habitual, el heavy. El muchacho iba vestido de negro igual que cualquier otro día… Sin embargo, aquel maravilloso viernes, llevaba puesto un pañuelo que le cubría toda la cabeza. Sentó enfrente de la mujer y se la quedó mirando fijamente con una sonrisa. Ella al principio trató de esquivar la mirada, probablemente por sentirse incómoda aunque no podía evitar mirarle fugazmente de forma nerviosa y puede que asustada. El Heavy , sin perder ni un momento su sonrisa, abrió su mochila negra llena de parches y sacó del bolsillo un lazo con un alfiler… Un lazo rosa… Y se lo colocó en la solapa de su chupa negra contrastando con la monótona oscuridad de toda su vestimenta. La mujer, que ya no trataba de esquivar su mirada, le devolvió de todo corazón esa sonrisa y por un momento volvió el color rosado y lleno de vida a sus mejillas… Yo , que observaba emocionado desde mi rincón, supe apreciar la increíble belleza de aquel gesto que estaba pasando desapercibido para los demás viajeros. Pero aún quedaba la mayor sorpresa de todas. El heavy, más heavy que nadie, que probablemente llevase años agitando su melena en conciertos, se quitó el pañuelo… mostrando su cabeza recién afeitada. Se acariciaba con la mano de un lado a otro toda la zona mientras sonreía pensando en el sacrificio que acababa de hacer. La mujer, con la boca totalmente abierta por la sorpresa, debía estar debatiéndose entre la carcajada y la lágrima de felicidad por aquel gesto tan bonito y desinteresado. Aquel día no intercambiaron ninguna palabra, tan solo sonrisas y miradas de complicidad.
Al lunes siguiente la mujer seguía luciendo su pañuelo, pero esta vez era rosa, igual que su piel. Además, volvió a vestir de nuevo con el mismo estilo coqueto y presumido de meses atrás. Un par de paradas después entró en el vagón el heavy, con su ropa negra, sus cadenas y pinchos, su lazo rosa y su cabeza totalmente afeitada… pero esta vez no se sentó enfrente de la chica sino en el asiento de al lado. Ambos estuvieron hablando todo el viaje… y así todos los días…a la misma hora… y yo , desde mi rincón , sentía siempre un pequeño cosquilleo en el pecho mientras veía como poco a poco les iba creciendo de nuevo sus hermosas melenas.

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