viernes, 25 de octubre de 2013

Protocolo perfección previo a una cita

Más allá de la rutina de baño diaria standard, existía un protocolo diseñado para situaciones que requirieran extrema pulcritud. En realidad solo la ejecutaba una vez al año, cuando llegaba el buen tiempo; pero aquel día de enero era especial… A lo mejor mojaba.
1. Escoger la ropa. Dado que solo tengo un uniforme de ligar, la elección se resumía a los calcetines. Gracias a que mi madre, quien desde que tengo memoria había tomado por costumbre regalarme calcetines en navidades y cumpleaños, tenía millones de pares. El origen de esa extraña obsesión por regalar calcetines no está del todo claro pero se especula sobre que, en algún momento del pasado (tal vez cuando se enterarse de que estaba embarazada de mí) , fue al rastro, los vio baratos y compró al peso todos los calcetines que pudo… Calcetines para toda una vida; procurándome así una reserva de calcetines por si llega el apocalipsis. No obstante solo tengo tres tipos de calcetines: Los grises o blancos con dos rayas de colores, los negros del trabajo y los calcetines de Spiderman (elegidos y comprados por mí) que, como su propio nombre indica, llevan un Spiderman a cada lado. Un tipo duro no utiliza calcetines tobilleros nunca; son demasiado femeninos. Cualquier otro día hubiera elegido los calcetines de Spiderman porque generan una autoconfianza sobrenatural a quien se los pone… pero ¿Qué pensaría mi objetivo si me los viese? Tal vez pensase que son el toque gracioso e infantil que convierte a un tipo duro en adorable… o tal vez pensase que soy un friki enfermo mental de los que matan a su familia con una catana. No me la jugué. Calcetines negros y sin tomates.
2. Ponerme música de la que ensancha el alma y aviva el espíritu; a escoger entre banda sonoras de películas de mi infancia (Regreso al futuro o Jurasic Park) .
3. Lavarme los dientes. Como parte del protocolo perfección, al cepillo para encías sensibles y la pasta de dientes de los Gormity con sabor a cola se unió el temido elixir bucal. Esa botella llena de líquido verde venenoso que compré en un momento del pasado con intención de usarla a diario pero que, sin embargo, acabó formando parte de la decoración del baño. La gente normal y corriente suele enjuagarse durante entre quince y treinta segundos, pero los tipos duros como yo somos capaces de sobrepasar el umbral del dolor llevando nuestras bocas hasta el límite del frescor extremo… treintaycuatro segundos nada menos.
4. Afeitarme. Normalmente me pasaba la máquina de rapar la cabeza dejándome una minibarba de tres días; en plan policía de los Ángeles u hombre divorciado. Afeitarse a cuchilla era solo para Nocheviejas, visitas del jefe y citas con chicas, situaciones que rara vez se daban. Afeitarse con una cuchilla “superprecio” es algo que irrita bastante la piel; hacerlo a contrapelo aumenta de forma exponencial la irritación pero… ¿Iba yo a acobardarme? ¡Jamás! Sorprendentemente sobreviví sin desangrarme para llegar a la segunda parte del paso 4…
4 Bis. Depilado. Es fundamental para sentirse a gusto contigo mismo depilarse las piernas, el pecho y los sobacos… ¿En serio?... ¡NO! Es broma; los tipos duros no se depilan… De hecho, los hombres masculinos, duros o no duros, no se depilan. Si acaso se recortan el vello púbico para no poner otra vez de moda el pelo afro. Solo se les permite conservar la masculinidad estando depilados a los atletas (el concepto atletas no incluye futbolistas metrosexuales). El único motivo por el que un tipo duro como yo se depila, y solo parcialmente y durante un periodo breve, es para tatuarse una calavera, el nombre de su difunto maestro o un dado en llamas… Esto es así… Lo sabían los romanos, lo sabían los mayas y ahora también lo sabes tú. Pero tenía que hacer de tripas corazón… Recogí de debajo del montón de cremas y de la cazuela llena de cera seca (con un aspecto inquietantemente delicioso) las pinzas de depilar de mi madre para hacer aquello de lo que ningún tipo duro puede enorgullecerse: quitarse el sagrado vínculo de unión entre las zonas peludas ubicadas sobre los ojos, comúnmente conocido como entrecejo. Con maestría, elegancia y casi sin llorar nada eliminé de raíz los cuatro pelos dividiendo mi única ceja en dos perfectamente simétricas. Por último, pero no menos doloroso, amputé de cuajo mis amados y tímidos pelos de la nariz que, aunque eran pacíficos y apenas se asomaban, no eran aceptados socialmente… Como los coches eléctricos.
5. Desnudarme. La piel se iba poniendo de gallina según avanzaba el lamentable striptease… Aquél baño, en enero y teniendo en cuenta que mi madre nunca ponía la calefacción, estaba a 40º bajo cero y eso se notaba en mis queridos pezones que trataban de huir de mi pecho congelándose en el intento.
6. Recorte. Este paso era el que ligaba el protocolo al buen tiempo. Las uñas de mis manos se mantenían siempre cortas gracias a la costumbre de mordérmelas pero… Bajé la mirada y comprobé que las uñas de mis pies rozaban la ilegalidad (podrían ser consideradas armas blancas y con razón). Me las cortaba solamente cuando llegaba época de ponerme chanclas… En invierno no; simplemente usaba una talla más de zapatos. En otra ocasión no me habría molestado pero no podía correr el riesgo de que la noche fuera bien y, al meterme en la cama con la chica, la cercenase por accidente ambas piernas durante el coito. Al no encontrar una radial, cogí el cortaúñas y me puse manos a la obra. La primera uña salió disparada y se clavó, cual excalibur, en un azulejo del baño (sí… sí… es una exageración)…
7. Cigarrito de concentración. Probablemente el cigarro más arraigado en mi rutina diaria. Unos ejercicios de respiración con humo simbólicamente dedicados a prepararme física y mentalmente para meterme bajo la ducha gélida (el calentador nunca funcionó todo lo bien que cabría esperar).
8. Ducha “Plus deluxe”. Existen diferentes niveles de intensidad en lo que a una ducha se refiere. El baño eslovaco (Culo, huevos y sobacos) especialmente indicada para cerdos o militares en trincheras. Luego existe la ducha estándar sin extras para el uso diario. El siguiente nivel es la ducha metrosexual/femenina que incluye lavado efusivo de pelo con champús y mascarillas. Y por último la ducha “Plus deluxe”; el sumun de las duchas, con especial atención a aquellas zonas que siempre se suelen olvidar (Véase el ombligo, las zonas inaccesibles de la espalda sin luxarse ni dislocarse los brazos, los pliegues internos de las orejas y la parte oculta de la misma, ese misterioso acumulador de roña que existe en los tobillos…) Por ser una ocasión especial, no usé mi habitual sucedáneo de dermogel del ejército (con alto grado de productos químicos que escuecen e irritan además de oler tanto a alcohol que emborracha a kilómetros). Reservaba para una ocasión como aquella los restos de un bote de gel Axe, ocultos en la estantería del baño desde… ¡A saber desde cuando llevaba ahí macerando aquel bote! Dejé fluir la masa viscosa de gel “atraemacizas” hasta la esponja psicodélica que me había regalado esas mismas navidades una de mis hermanas. La esponja, por llamarla de alguna manera, era una especie de tela rota en forma de pompón que, además de limpiar, te exfollaba por todos los folículos dérmicos o algo así. Aguanté frotándome bajo la ducha todo lo humanamente posible hasta que empecé a notar los primeros síntomas de congelación y salí para evitar perder los dedos de los pies.
9. Secado libre con toalla.
10. Perfumado. El protocolo perfección es muy minucioso en este punto. Doble protección desodorante por si uno me abandona… Primero roll-on y después spray cubriendo la práctica totalidad del cuerpo e intoxicando de C02 y otros propilentes todo el baño (hay gente que ha muerto asfixiada en este paso). Por supuesto no puede faltar el toque exquisito del perfume de anuncio incomprensible (60 € el frasco pequeño).
11. Vestirme con ropa y complementos. No solía llevar ni pulseras, ni collares, ni pendientes, ni fulares, ni nada que pudiera considerarse un complemento. Antaño solía llevar una gorra (mi súper gorra negra de rapero) pero cuando dejé el rap se quedó olvidada en un cajón. Ese día en concreto los vaqueros me quedaban demasiado ceñidos; tampoco tanto como parecer una butifarra o un punky con mallas pero sí como para que no me cupiera todo en los bolsillos; especialmente las llaves, el tabaco y mi súper esmarfon gigante. Había llegado el momento de usar mi mariconera. Una mariconera, como su propio nombre indica, no es de lo más masculino pero la verdad es que resultaba muy útil … Un punto intermedio entre los bolsos de mujer y la riñonera de yonki con un diseño fuertemente influenciado por la funda de las cámaras de fotos… Cuando compré la mía en “el corte chino”, lo hice pensando en poder llevar siempre conmigo todo lo necesario para sobrevivir a un apocalipsis: Una baraja de cartas de las que tienen ochos, nueves, dieces y dos comodines, tabaco de emergencia, un par de preservativos, un frasquito diminuto de colonia, una armónica que nunca he sabido tocar, un dado de veinte caras, pastillas juanolas, antiázidos masticables, un boli y una libreta para apuntar cosas que luego no se vuelven a mirar… Vamos, lo que viene siendo imprescindible para una vida cómoda.
12. Reperfumado, peinado y revista final. Un par de pulverizaciones más de oro perfumado sobre la ropa para sumar un +2 a mi habilidad para seducir. Peinarme no era necesario porque tenía el pelo rapado… Mi madre había comprado, no sé si para ella o como indirecta para mí, champú anticaída Hacendado y eso me hizo meditar sobre si quizás estaba desperdiciando mi última oportunidad para dejarme una melena heavy… Una vez superada la depresión precalvicie momentánea me pasé revista. El protocolo perfección había dado sus frutos y en tiempo record. ¡Tan solo cincuenta minutos! A excepción de lo insalvable estaba perfecto… Era un tipo chachi, una máquina de amar.

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